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FILOSOFÍA

EL PODER DE LA ARQUITECTURA

La principal crítica a la arquitectura contemporánea es su irrelevancia: los arquitectos se han enfocado en asuntos que solo interesan a otros arquitectos, desentendiéndose de problemas importantes para la sociedad. El mundo académico no ha preparado adecuadamente a los profesionales para enfrentar la realidad actual, relegando temas cruciales, como el problema de vivienda social en Latinoamérica, a otras disciplinas.

Lo que falta en la formación de arquitectos y urbanistas es la capacidad de trabajar bajo restricciones de tiempo, presupuesto, espacio y agenda política. Estas limitaciones, lejos de ser obstáculos, son oportunidades que enriquecen el proceso creativo y mejoran el resultado final: los edificios. Sin embargo, muchos profesionales ven estas restricciones como barreras a su creatividad, cuando en realidad son el motor de soluciones innovadoras.

A lo largo de la historia reciente, los arquitectos decidieron que, al ser parte de las bellas artes, su práctica debía partir de la libertad artística y el genio. Este enfoque, que comenzó entre los años 1960 y 1970 con el posmodernismo, donde la forma dominaba sobre la función, llevó a que la arquitectura se volviera irrelevante en debates cruciales como el desarrollo, la pobreza o el crecimiento económico. A medida que la voz de los arquitectos dejó de ser necesaria en la construcción de ciudades, muchos optaron por buscar impacto visual en lugar de relevancia social, priorizando la imagen sobre el propósito.

El verdadero desafío de la arquitectura en el siglo XXI ya no es la creación de objetos arquitectónicos aislados, sino la capacidad de trabajar transversalmente y formular preguntas que involucren a diversas disciplinas: economía, finanzas, ciencias sociales y política. La arquitectura debe participar activamente en temas como la marginación, la seguridad y el desarrollo, saliendo de las discusiones internas del gremio para colaborar con las fuerzas que realmente pueden transformar la vida de las personas.

Los edificios ya no pueden ser vistos solo como elementos aislados en la ciudad. Deben funcionar como herramientas que ayuden a las comunidades, tejiendo relaciones urbanas y arquitectónicas que generen impactos positivos. Esto puede mejorar la economía, las relaciones sociales y la ecología a través de inversiones en la construcción que beneficien tanto a las grandes economías como a las microeconomías locales.

Un ejemplo de cómo un edificio puede impactar positivamente en su entorno es el Parque Biblioteca España en Medellín, inaugurado en 2007. Localizado en una montaña, en los límites de tres barrios con altos índices de violencia, este espacio logró atraer a los jóvenes de la zona, fomentando el diálogo entre ellos y reduciendo significativamente los niveles de violencia. Curiosamente, en la descripción oficial del proyecto solo se menciona la intención formal de que el edificio parezca piedras, sin que el arquitecto reconozca el verdadero poder que la arquitectura tuvo en romper barreras sociales y generar equidad en la ciudad.

Así como Louis Kahn decía que un ladrillo quería ser más que solo un ladrillo, hoy en día los edificios deben aspirar a ser más que simples estructuras. La arquitectura tiene el poder de crear mejores ciudades, reducir brechas sociales y económicas, y mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Este es el verdadero potencial transformador de la arquitectura.

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